domingo, 31 de diciembre de 2017

Los caballitos del Relleno

Hace tiempo que desaparecieron aquellos caballitos de cartón piedra que, movidos por pedales, trotaban por los jardines del Relleno en alegre deambular hípico, en una especie de carrusel sin fin que hacía las delicias de los más pequeños siempre dispuestos a dar “una vuelta más” bajo la atenta mirada de padres o abuelos. 


Alguien me dijo que aquel escuadrón de caballitos duerme una especie de letargo final en un viejo almacén de la calle de Troncoso, esperando quizás que los resuciten para de nuevo volver a galopar por los jardines de Marineda. 

Uno de los caballitos del Relleno

Creo que siempre me conmovió aquella estampa tal vez perteneciente a otro tiempo menos evolucionado donde los videojuegos, los teléfonos móviles, las redes sociales o los chats de media tarde, constituían un futuro tan lejano que se nos antojaba como de ciencia ficción. Era gracioso ver a niños y niñas empeñados en sus carreras ecuestres emulando las hazañas de los más heroicos personajes salidos de los tebeos. En su s ro stros y en su s gestos se adivinaba que se sentían personajes importantes al contemplar el mundo desde la mágica óptica que les ofrecían las grupas de aquellos caballos de cartón.

Los caballitos se han ido, sin duda con paso cansino, como no queriendo hacerlo, camino de un incierto final, tal vez el mismo que aquel simpático “Lindo” del fotó- grafo Barreiro o el más antiguo de “Foto Paco” a cuyos lomos tantos coruñeses y coruñesas, como se dice ahora, nos fotografiamos con la pretensión de que nuestra experiencia hípica se perpetuase con el devenir de los tiempos. 

Con la partida de los caballitos se perdió una constante adherida al Relleno, una especie de imagen en sepia que ilustró una Coruña que cada vez se va alejando más y más en el tiempo, dando paso a un nuevo concepto de vida donde las cosas pequeñas, aquellas de andar por casa, cada vez tienen para todos menos importancia. 

Es una pena que todo esto desaparezca y aunque tal vez el motivo sea simplemente que ya no le interesa a nadie, lo cierto es que merecen un final mejor que su progresivo deterioro en un viejo almacén perdido en cualquier calle de la ciudad. 

Han sido muchas cosas las que se han ido para siempre y que un día echaremos en falta. Tal vez haya llegado el momento de conservar, aunque simplemente sea a modo testimonial, todo aquello que ha marcado una impronta en la vida de La Coruña y sus gentes. 

Son muchos los niños que se han divertido tardes y tardes recorriendo el circuito ecuestre del Relleno, al igual que hemos sido muchos los que nos fotografiamos, alguna vez, a la grupa del viejo “Lindo” del fotó- grafo Barreiro o que echamos las cartas para S.S.M.M. los Reyes Magos de Oriente en aquel Cartero Real también de cartón piedra, depositario de miles de ilusiones, del que tan ufano se sentía el propietario del Bazar Freijido, ubicado hasta hace poco en el inicio de la calle Real. 

Todo esto y mucho más da forma a esa otra historia, particular e intimista, de nuestra querida Marineda que muchos de nosotros hemos contribuido a forjar y que, de alguna manera, se conserva aún viva en el corazón de tantos coruñeses pese a que el paso de los años va dejando su recuerdo muy atrás. 

Hoy he paseado por los jardines del Relleno y no he visto a los caballitos trotar con sus ilusionados jinetes a cuestas. Me di cuenta que allí faltaba algo, que ya nada era como años atrás cuando la algarabía de la chiquillería llenaba de alegres ecos el viejo jardín coruñés. Algo se ha perdido, algo que tal vez no se recupere jamás y que, de una forma u otra, contribuyó a la socialización de los más pequeños, haciéndolos menos individualistas e incluso más solidarios cada vez que tenían que compartir asiento y cabalgada con otro niño completamente desconocido. 

Lo cierto es que cada vez que esas señas propias de identidad, que hacían de Marineda una ciudad entrañable y única, con su delicioso sabor provinciano, se pierden es como si un trozo del alma de la ciudad despareciese para siempre, como si le amputasen una parte consustancial a ella misma. 

Los caballitos del Relleno se han ido y seguro que no volverán jamás, sin embargo de ellos queda el recuerdo entrañable de tardes y tardes inolvidables para aquellos niños y niñas que supieron cabalgarlos con ilusión y con la fe puesta en los personajes de sus sueños. 

Eugenio Fernández Barallobre.