domingo, 19 de abril de 2015

La tradicional elevación de globo.

Fue la década maravillosa, la de los sueños infantiles, aquella en la que, casi sin saberlo, comenzamos a ser hombres.

En ella se tejió nuestra primera noche de San Juan, aquella mágica de 1962. Nació de la ilusión de un puñado de niños que, sentados alrededor del fuego, soñamos con rescatar para la ciudad una hermosa tradición que se moría por la desidia de casi todos.
Fueron años de improvisación en los que la imaginación jugó un papel protagonista. Años de recorrer, una a una, las casas de Fernando Macías pidiendo una ayuda para nuestra Hoguera; años de globos de papel, ruletas de fuego y tracas que aspiraban a convertirse en brillantes sesiones pirotécnicas; años de experimentos y proyectos nacidos tras largos debates surgidos de nuestras mentes infantiles.

Aquella calle ancha de Paseo de Roda fue la mejor testigo e inseparable compañera, incluso calada confidente, de nuestra aventura sanjuanera.

Una cruz y un cañón; la simpática figura de un Guardia Municipal dirigiendo el tráfico; la omnipresente Torre de Hércules, motivo socorrido y recurrente en más de una ocasión; un semáforo para parodiar aquella primavera en la que, en lugar de flores, crecieron los antiestéticos reguladores de tráfico por toda la ciudad; la figura del Santo, aquel personaje televisivo tan de moda en aquellas calendas; etc. sirvieron de remate artesanal a nuestras lumeradas de aquella década.

Luego el ingenio agudizado para conseguir una donativo mayor. ¡Contamos con Vd.!, ¡no falte, por favor!, frases contenidas en aquellas pequeñas octavillas que nos acompañaban en nuestro deambular por portales y pisos buscando el tan necesario soporte económico para el proyecto.

La década prodigiosa fue pasando y con su paso surgieron, casi como de la nada, las colegiales de uniforme, especialmente aquellas de la capa azul y del cuello duro blanco, que tantas horas quitaron a nuestro sueño.

Nos crecieron pelos en las piernas lo que nos obligó a abandonar nuestros pantalones cortos de juegos y correrías. Nos dimos cuenta que éramos capaces de acometer empresas mayores, de más envergadura, y así arrancamos la hoja de aquel primer día de 1970 que daba al traste con una década llena de míticas propuestas a los compases de inolvidables canciones como “Mejor”, “Mavie” o “Venus” asiduas a nuestros guateques.
Y fue aquel 23 de junio de 1970 cuando, con más circunstancia que pompa, comenzamos a escribir las mejores páginas de nuestra particular historia eligiendo a la que sería I Meiga Mayor y con ella el gran resurgir de la noche de San Juan de Marineda. Había nacido la Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña.

José Eugenio Fernández Barallobre