lunes, 20 de abril de 2015

La Hoguera de 1970. La I Meiga Mayor.

Quizás 1970 fuese un año como otro cualquiera; quizás nada o muy poco había alterado el normal discurrir de nuestras vidas en aquellos seis primeros meses ya vividos de un año pórtico de una nueva década.

La recién estrenada mayoría de edad, al menos para algunas cosas, de la casi totalidad de los que componíamos nuestro grupo de amigos de toda la vida, nos estaba deparando los primeros pasos, cualitativamente importantes, cara a enfrentarnos con ese cúmulo de responsabilidades que ya adivinábamos a muy pocos años vista.


La I Meiga Mayor y sus Meigas de Honor (archivo de la Comisión Promotora)


Atrás se habían quedado los tiempos del Bachillerato y atrás quedaban también las pertinaces reticencias para acceder a las salas de cine cuyas películas en exhibición mostraban aquel, en otro tiempo coartante, odioso e indeseable, rótulo de “mayores de 18 años”.

Poco a poco, con cierta nostalgia, se iban diluyendo los últimos recuerdos de nuestro periódico “Lepanto” que tanto había contribuido a nuestra socialización como individuos; de nuestras nocturnas reuniones, con sus conversaciones trascendentales alrededor del fuego, en aquel pequeño reducto, de sueños y deseos mal disimulados, que pomposamente llamábamos “campamento” y que había sido testigo de excepción de la mayor parte de nuestras vivencias infantiles y por ende de nuestro paso a la juventud; incluso se iban quedando atrás aquellos partidos de fútbol jugados, con auténtica entrega, en la vieja plaza de cemento o bajo la inquietante sombra de los misteriosos vanos del refugio de fantasmas.

La vida había cambiado para todos nosotros y un denominador común de vivencias, surgido unos años antes, estaba alcanzando tintes de total y absoluto protagonismo en nuestras vidas: las damas de nuestros sueños; aquellas chiquillas que, de una u otra forma, forjaron nuestros primeros idilios juveniles.

Así, entre quinto de cerveza con tapa de patatas chip y charla vespertina, cargada de encanto y misterio, en la pequeña cafetería próxima a la playa de Riazor fueron transcurriendo la mayoría de las tardes de semana de aquellos primeros seis meses del año 70; los fines de semana quedaban reservados, por la magia de la mayoría de edad, para vivencias más intimistas con la complicidad de cualquier rincón, tenuemente iluminado, en una de las muchas boites que, por aquel entonces, poblaban La Coruña. Omito, siquiera por caballerosidad, hacer comentario alguno de lo que podrían contar sobre el particular, caso de hablar, las paredes del “Dos”; del “Hollywood”; del “Diana” o del “Whisky Club”, lugares que frecuentábamos habitualmente.

De esta forma nos presentamos, casi de golpe, en los últimos días del mes de mayo de aquel año iniciador de una nueva década que cerraba definitivamente la puerta a unos prodigiosos años 60 que, como los lentos compases de las románticas canciones que nos habían enseñado a bailar en deliciosos guateques, se iban convirtiendo en meros recuerdos.

Con el final de mayo alcanzamos ese tradicional estadio anual donde, en nuestro grupo de amigos, una fecha mágica y repleta de significado para todos alcanzaba auténtica carta de naturaleza: la noche de San Juan con sus hogueras como excepcionales protagonistas. Era, por tanto, momento de iniciar, como cada año, los preparativos para la que, desde 1962, se había convertido en nuestra particular gran noche del año.

Como veníamos haciendo, indefectiblemente, desde aquel ya lejano año de 1962, había llegado la hora de comenzar a planificar nuestra hoguera; a pensar en las argucias a poner en práctica a la hora de sustraer el elemento combustible necesario para la lumerada, muy especialmente el llamado “palo mayor”, auténtico hito diferenciador con las demás hogueras, capaz de conferir impronta a toda la pira que se preciase como tal; con ello, el necesario acopio de los fondos precisos para adquirir toda una suerte de tracas, ruletas de fuego, cohetes de varilla, petardos y toda clase de ingenios pirotécnicos que, junto al tradicional globo de papel, aderezaban cada año nuestra hoguera; una de las pocas, como he dicho, que milagrosamente se habían salvado de desaparecer en la trágica “quema” habida en la mitad de la década de los 60 y que supuso la desaparición, como dijimos anteriormente, de una buena parte de las hogueras que se quemaban en nuestra zona, y en general en toda La Coruña, cada noche de San Juan.

Iniciadas las primeras reuniones con el resto del grupo, pronto observamos el decantamiento por dos posturas aparentemente irreconciliables: de un lado, los abiertamente partidarios de continuar con la tradición de la noche solsticial, sin duda los más estigmatizados por aquel extraño e inexplicable suceso de la cruz de mimbre que no ardió, pese a quedar en el medio de la cenizas de la lumerada, al concluir nuestra primera hoguera, allá por 1962, y de otro, los que consideraban que semejante tradición estaba ya superada con la llegada de la mayoría de edad, dando paso, en labores organizativas, a la generación que venía detrás.

Durante días debatimos, en el seno del grupo, ambas posturas encontradas con el fin de llegar a una entente cordial aunadora. Cuanto más se avanzaba en nuestras conversaciones mejor comprendíamos, los partidarios de continuar con la tradición, que tras la negativa del sector crítico se ocultaban los consejos, a veces interesados, de las chiquillas que los acompañaban en sus románticas correrías juveniles.

Frases tales como “no te vas a poner a robar madera a tus años” o “las hogueras son cosa de niños”, hicieron que parte de los miembros del grupo se decantasen abiertamente por la no continuidad de la costumbre de quemar hogueras la noche de San Juan.

A la vista de aquella crisis que ponía en serio peligro la continuidad de la que, para nosotros, constituía la noche de todas las noches, la noche por excelencia; decidimos, tras larga reflexión, adoptar una medida drástica, recurriendo para ello al viejo adagio de “si no puedes vencerlos, únete a ellos”.

Y así, unos pocos, los más estigmatizados como señalé antes, tomamos la trascendental decisión, los primeros días de aquel mes de junio, de acercar al mundo de las hogueras, dándole un protagonismo relevante, a quienes intentaban, cariñosamente, minar nuestra clara vocación hogueril. De esta forma surgió, tras un profundo debate y reflexión, la figura de la Meiga Mayor y su corte de Meigas de Honor, auténticas protagonistas, desde entonces, de la trama sanjuanera coruñesa.

No fue fácil buscar el nombre de la nueva figura ya que se trataba de comenzar a escribir en una página en blanco hasta ese momento; además, por aquel entonces, el Ayuntamiento elegía, llegado agosto, la Reina de la Fiestas de la ciudad, una figura capaz de eclipsar cualquier otra, máxime si esta surgía desde una iniciativa no oficial.

Durante días le dimos vueltas a la idea. Personajes como Carlos Vallo, José Mª Barcala; José Luis Ramil; Fernando Vaquero; Miguel Fernández; Alfredo Gómez y yo mismo, entre otros, comenzamos a devanarnos la cabeza buscando un nombre con suficiente garra y atractivo que fuese capaz de llamar la atención y hacer historia.

Tras largo debate, por el que desfilaron otras posibles denominaciones, llegamos a la conclusión que la figura de la “Meiga” era, por encima de cualquier otra, la protagonista y la que mejor se identificaba con la noche de San Juan en el imaginario popular y por tanto la que más se ajustaba a lo que buscábamos. Después, lo restante fue fácil. A imitación de las tierras levantinas tomamos la decisión de añadirle la expresión “mayor” y de ahí surgió la denominación formal, que ha llegado hasta nuestros días, de Meiga Mayor.

Por aquellas fechas nació también la idea de denominar a la noche de San Juan como “Noite da Queima” y de crear un eslogan que, a modo de tarjeta de presentación, acompañase todas nuestras publicaciones: “Noite da Queima na Cidade Meiga”, eslogan que también ha llegado hasta nuestros días y que aun figura en las principales publicaciones que edita, cada año, la Comisión Promotora.

Puedo asegurar que en aquel momento, pese a la leyenda negra que existe de que estaba poco menos que prohibido utilizar el gallego, nadie nunca nos indicó, ni siquiera sugirió que castellanizásemos el eslogan. Algo que no sucede en la actualidad ya que no hace mucho tiempo alguien pretendió que galleguizásemos el nombre de las HOGUERAS y el no hacerlo nos supuso una merma incluso en nuestros ingresos al perder alguna subvención.

Con mucha prisa y con poca pausa, iniciamos los trámites para sacar adelante el nuevo proyecto; permisos, programación, presupuestos, contactos. Ya nada sería igual desde entonces.

En unos días se nombró a la I Meiga Mayor, Estrella Pardo Castiñeiras, una chica de nuestra pandilla a quien yo mismo tuve el honor de anunciarle su nombramiento, delante de su casa, en el Paseo de los Puentes, un atardecer de junio; ella junto a sus Meigas de Honor, Angeles Astray, Puri Arias, Maca González y Lourdes Castiñeiras, asistieron llenas de orgullo a presidir, la tarde del 22 de junio, un desfile de modelos que celebramos en la desaparecida Parrilla del Hotel Embajador y que sirvió como marco de presentación de la nueva figura central de la fiesta de San Juan.

Tras aquel primer acto oficial de nuestra incipiente Comisión Promotora, llegó la auténtica puesta de largo: la noche del 23 de junio de 1970, la gran noche de hogueras.

Pero antes creo que debo recordar una anécdota que por simpática merece la pena ser contada. Los días previos al 23 de junio nos devanamos los sesos tratando de resolver el problema del escenario que tendríamos que instalar para darle, al menos por encima, un barniz de seriedad al acto. Le dimos mil vueltas y tras varias gestiones, todas ellas infructuosas, no nos quedó otro remedio que gestionar su alquiler.

Por aquel entonces, en el edificio “Torre Rosa” de la Plaza del Maestro Mateo, tenía sus oficinas la empresa de montajes metálicos “Mundus” quien a buen seguro podría satisfacer nuestras demandas. No dejamos pasar más tiempo y una tarde nos dirigimos a los responsables de la subsodicha empresa con el fin de exponerles nuestras necesidades y recabar el correspondiente presupuesto.

Por supuesto que nos atendieron de forma muy amable y satisfactoria, ofertándonos un presupuesto de 15.000 pts. por el montaje del escenario. Pese a lo elevado del coste no nos quedó más remedio que aceptar la propuesta y así dimos el trato por cerrado. “Mundus” instalaría un escenario de las dimensiones pactadas en la calle ancha de Paseo de Ronda la mañana del 23 de junio.

 
Estrella Pardo, I Meiga Mayor, planta fuego a la Hoguera 1970 (archivo de la Comisión Promotora)

 

Todo parecía ir sobre ruedas. La I Meiga Mayor, Estrella Pardo, y sus Meigas de Honor estaban nombradas y presentadas; nuestro buen amigo ya desaparecido, el periodista de La Voz de Galicia, Tino Armesto – otra deuda de gratitud que la Comisión tiene pendiente – se estaba encargando de caldear el ambiente con sus notas de prensa; la sesión de fuegos artificiales, muy mejorada con relación a la del año anterior, estaba contratada y finalmente el escenario iba a ser montado en tiempo y forma.

Días antes, con la inestimable colaboración de mi madre, logré que nos bordasen la Banda de la Meiga Mayor sobre una cinta de color azul, con la leyenda de “Meiga Mayor-70”. En ese instante nos dimos cuenta que también las Meigas de Honor merecían lucir una banda acreditativa, sin embargo ni el tiempo era suficiente para ordenar su bordado, ni las disponibilidades económicas permitían abordar esta tarea. Tras darle algunas vueltas, uno de los componentes de la pandilla se ofreció a pintar las Bandas de las Meigas de Honor colocando, sobre unas cintas de color rosa, la leyenda “San Juan-70” ya que la de “Meiga de Honor-70”, que sería la lógica, se le antojaba, aun sin serlo, como larga y trabajosa. Así, desde aquel primer año, la Meiga Mayor luce en su Banda la leyenda de su título con los dígitos del año de nombramiento, en tanto que las Meigas de Honor lucen en las suyas la leyenda “San Juan” con el año correspondiente.

Para más abundamiento, el Ayuntamiento, nos había prometido una pequeña subvención para sufragar los gastos y la recogida de donativos entre los vecinos de la zona iba viento en popa. La verdad es que no se podía pedir mucho más. Todo auguraba un éxito sin precedentes.

Y por fin llegó el día esperando, el 23 de junio. Aquella mañana nos levantamos todo lo temprano que pudimos pues la noche anterior habíamos trasnochado tratando de cerrar los últimos flecos previos a la gran noche de San Juan, flecos que quedaron cerrados al menos aparentemente.

Sin embargo, a media mañana, Carlos Vallo, encargado de verificar el montaje del escenario, fue el transmisor de la mala noticia: el escenario estaba instalado pero carecía de entarimado, se trataba tan solo de una estructura metálica a la que nadie podría subirse, salvo que se tratase de un acróbata circense, por el mero hecho de no disponer de tarima alguna.

Corrimos a “Mundus” a elevar nuestra enérgica queja y nos respondieron que ellos no instalaban escenarios, sino estructuras metálicas y que no disponían de entarimados. Aquello supuso un tremendo varapalo para nuestro proyecto ya que no teníamos alternativa posible y menos con tan poco tiempo.

Pese a todo el ingenio mueve montañas y tras darle muchas vueltas, José Mª Barcala, aportó una solución. Su padre trabajaba como delineante en la Empresa “Longueira” de la que era propietario Manuel Longueira, vecino de Calvo Sotelo, benefactor de aquellas magníficas Hogueras que se quemaban años atrás frente al Colegio de la Compañía de María y amigo de alguno de nuestros padres, en especial del mío, y tal vez llamando a aquella puerta pudiesen resolver nuestro problema.

Sin pensarlo dos veces nos fuimos a la Plaza de Pontevedra donde tenía la sede la empresa y allí nos entrevistamos con Alfonso, un empleado de confianza, a quien conocía desde niño. Le planteamos nuestro problema y nos dio una solución, la única posible dada la premura: cedernos unas cuantas puertas y con ellas montar un entarimado de fortuna sobre la estructura metálica.

Una a una transportamos las puertas hasta Paseo de Ronda y las colocamos como mejor pudimos sobre la estructura tubular. Aquello se parecía bastante a un escenario pese a que era necesario moverse con suma precaución ya que las puertas en cuestión no eran todo lo rígidas que hubiéramos deseado. Con todo, el escenario quedó rematado y listo así que comenzamos a dar el siguiente paso.

En aquella parte ancha de Paseo de Ronda – hoy Avda. de Calvo Sotelo -, erigimos, como había sido habitual al menos hasta aquel año, la gran pira de madera dispuesta para el holocausto solsticial. Para ello recuperamos la ubicación primitiva frente a la Central telefónica con el fin de dejar un amplio espacio libre frente al escenario. El trabajo fue arduo, empleando varias horas en trasladar la madera que habíamos ido amontonando en el solar de Fernando Macías desde días antes. Para este menester, al igual que el de hacer la recoleta de donativos entre el vecindario, contamos con la valiosa colaboración de la chiquillería de la zona: mi hermano Calín a la cabeza; Monchito Ceide; los hermanos Cancelo; Joe Romero; Beibo y un largo etcétera que se prestaron muy gustosos, un año más, a colaborar formando ya parte del entramado sanjuanero.

La gran hoguera se terminó de instalar y a lo largo de la tarde se montaron, como era tradicional, los correspondientes turnos de guardia alrededor de la pira. Ahora si que todo parecía ir sobre ruedas y que nada iba a interponerse en nuestro camino hacia la gran noche; sin embargo que lejos estaba aquello de ser verdad.

Había quedado a las diez de la noche en verme en la calle Cartuchos (Varela Silvari) con otro compañero de lides hogueriles: Moncho, un chaval que desde hacía un par de años se venía encargando de actuar como eventual pirotécnico disparando los fuegos artificiales que adquiríamos en aquella calle a una aviesa mujer de nombre “Choncha”, representante de la prestigiosa pirotecnia “Rocha” de Soñeiro.

A ese hora, la citada “Choncha”, me entregaría los fuegos que iban a ser quemados dos horas después. Allí me dirigí con la seguridad de que todo estaba resuelto. Lo acordado era recoger el fuego que se le abonaría a cargo de la subvención municipal cuando el Ayuntamiento nos la librase.

Una vez ante la puerta de su casa fui recibido por mi compañero Moncho y por la citada “Choncha” a la que acompañaba un joven que jamás había visto de nombre Jorge, tristemente desaparecido años después.

Lo primero que me preguntó la tal “Choncha” fue si traía el dinero para hacer efectiva la sesión. Aquello no pudo más que sorprenderme. Se trataba de una sesión de 25.000 pts., que, por supuesto, no podía abonar en aquel instante y cuyo pago habíamos quedado en aplazar.

Ante la imposibilidad de abonarle la cantidad citada, “Choncha” me hizo saber que si no le pagaba no podría retirar el fuego. De nada sirvió rogarle, prometerle y mucho menos indicarle que todo estaba anunciado y previsto; ella, con rostro avieso, se mantuvo en sus trece.

Puedo jurar que en aquel instante, además de no saber cómo salir del paso, me invadió una sensación de frustración absoluta. Tanto tiempo trabajando para nada, tantas horas programando, tanta ilusión puesta en el proyecto para que ahora por la tozudez de aquella mujer todo se fuese al traste. Creo sinceramente que allí estuvo la clave para que hoy las HOGUERAS sean una realidad.

Fue entonces cuando aquel joven desconocido para mí - Jorge - medió en la discusión, ofreciéndose de aval si yo era capaz de probarle de forma fehaciente que el Ayuntamiento asumiría la deuda.

Cerremos los ojos e imaginémonos la escena. Un chaval de 18 años, con muy poca experiencia, a las 10 de la noche del 23 de junio, tratando de buscar solución a un problema gravísimo que ponía en serio riesgo un proyecto. No hay que olvidar que con toda pompa habíamos anunciado la sesión de fuegos y que desde luego, de fallar esto, nuestra credibilidad quedaría por los suelos máxime en aquella primera edición.

Pensé todo lo rápido que pude y le respondí que sí, que podía avalar mi promesa de pago.

Le pedí que me acompañase al Ayuntamiento para llamar por teléfono a mi buen amigo Pepe Peña Bermúdez, a la sazón Concejal en aquella Corporación, y es ahora cuando empiezan las extrañas coincidencias, por llamarlo de alguna manera, de aquella noche mágica.

Yo no sabía el número de casa de Peñita así que no me quedaba otro remedio que pedirlo en el Ayuntamiento al Guardia que se hallase de servicio y rezar a San Juan para que quisiese dármelo y para que Peña estuviese en casa en una noche como aquella.

Curiosamente, en la puerta del Ayuntamiento, me encontré con un Guardia Municipal amigo, pero no solo amigo mío sino también de Pepe Peña. Por supuesto que me facilitó el número de teléfono de su casa, incluso me permitió usar el teléfono municipal para hacer la llamada. Naturalmente Pepe estaba en casa como no podía ser de otra manera y él mismo le aseguró al precitado Jorge que el Ayuntamiento asumía esa deuda.

Ahora sí que la noche de San Juan, nuestra primera Noite da Queima, estaba salvada definitivamente. Ni siquiera fue necesario mirar al cielo más que una vez para ver como las estrellas adornaban el palio coruñés en un nocturno de una temperatura mucho más que agradable y que, curiosamente también, constituía la antítesis de la noche anterior en que había llovido a cántaros.

De todas formas, todavía poco antes de las doce de la noche, hora fijada para iniciar los actos, se planteó un nuevo contratiempo aunque esté de mucho más fácil solución. En aquel momento nos dimos cuenta que habíamos olvidado adquirir el alcohol que se precisaba como elemento combustible para elevar nuestro globo. Carlos Vallo corrió a la farmacia de la Avda. de Finisterre que estaba de guardia nocturna para proveerse de tan imprescindible elemento y el asunto quedó zanjado definitivamente y todo listo para levantar el telón de aquella mágica noche de San Juan.

Las Meigas llegaron en coche a la plaza entre aplausos de la muchedumbre, ocupando su puesto en el escenario levantado al efecto y adornado con sendos mantones de manila cedidos para la ocasión por mi madre y por la madre de Carlos Vallo. Estrella vestida con un simpático disfraz de bruja, alquilado para tal fin en la tienda de disfraces "Efigenia" de la Plaza de España, y Maca, Lourdes, Puri y Angeles con traje regional. La noche de San Juan estaba llegando a su cénit.

Luego, con más circunstancia que pompa, fueron proclamadas las primeras Meigas de la historia hogueril coruñesa, imponiéndoles las Bandas acreditativas. Después, el grupo “Aturuxo” puso la nota folclórica al acto, tras la que se disparó la vistosa sesión de fuegos artificiales, salvada “in extremis” por la resuelta mediación de mi buen amigo, y Cardo de Oro de la Comisión, Pepe Peña Bermúdez; finalmente, Estrella, encendió la traca que llevó el fuego a las entrañas de la hoguera que ardió por los cuatros costados.

Más tarde, cuando las llamas comenzaron a declinar, tras el lanzamiento de nuestro globo, las Meigas arrojaron a las brasas los siete cardos de San Juan con los que no solo consiguieron desencantarse, sino también hacerle llegar al Santo su petición personal, mientras desde una de las ventanas de casa de José Miguel Fernández, que se asomaba frente a la Hoguera, sonaban las notas de las canciones de moda reproducidas por un pequeño picup que, en nuestro afan por lograr la mejor noche de San Juan, habíamos previsto que sirviese para celebrar un macro guateque. Sin embargo no fue así pues, pese haber probado el tocadiscos con la plaza vacía y percatarnos de que su sonido era perfecto, con la plaza llena como estaba apenas se percibía un leve murmullo que por supuesto no sirvió para el fin previsto.

Y con ello concluyó aquella primera gran noche de hogueras, a Noite da Queima. Sin saberlo estábamos comenzando a hacer historia.

Cuando ya todo hubo terminado, los que sacamos adelante aquella primera hoguera que abría una nueva época, nos abrazamos y felicitamos por el éxito de lo conseguido: la primera Meiga Mayor proclamada, una plaza llena de gente y una noche de San Juan inolvidable. Todo un éxito. Después, juntos, nos fuimos al Rubi 28, una pequeña boite que abría sus puertas en Rubine y a la que solíamos concurrir buscando un espacio más íntimo para nuestros primeros escarceos amorosos, allí brindamos por el futuro de la noche de San Juan coruñesa y aguardamos la llegada de un nuevo día que nos sorprendió en el justo instante en que abandonamos el local mientras, por levante, el sol iniciaba su danza solsticial.

Al día siguiente, tras agradecer a San Juan los favores otorgados, dimos la fiesta por concluida, no sin antes ver, con emoción, como el Telediario de las tres de la tarde de TVE se hacía eco de nuestra primera Noite da Queima. Sin duda otro signo indicador de un prometedor futuro.

Como justo remate a aquella edición de HOGUERAS, acompañamos a las Meigas al Colegio de la Compañía de María donde todas ellas cursaban estudios; una vez allí, de la mano de la Madre Directora nos dirigimos a la capilla donde la Meiga Mayor y las Meigas de Honor depositaron sendos ramos de flores a los pies de la imagen de la Virgen.

José Eugenio Fernández Barallobre.